martes, 9 de septiembre de 2014

Inquietudes

Novedades veraniegas que vienen con retraso. ¡Espero que lo disfrutéis!



Inquietudes

Hacía varios años que me diagnosticaron el Síndrome de Piernas Inquietas. Bueno, tal vez me lo autodiagnosticarse yo mismo viendo la noticia en la tele, pero tiempo después era irrefutable. Tenía todos los síntomas.

Es lo más molesto que hay. Aparece sobre todo de noche. Te tumbas en la cama, y de cintura para arriba tu cuerpo intenta dormir. De cintura para abajo parece que bailen el mambo. Comienza con escalofríos en las plantas de los pies, que se acaban convirtiendo en calambres que te recorren la pierna y suben hasta cerca de la axila. Después vienen los espasmos, como si te dieran electro-choques. El punto álgido de este síndrome es cuando las piernas comienzan a pedalear, como si quisieran hacer por sí solas toda una vuelta ciclista.

Llevaba un tiempo en que no podía dormir nada. Las noches en blanco me tenían negro, y ya casi no era ni yo mismo. Recorría el día lánguido, como un alma en pena, sin apetencias, esperando como un condenado la hora que oscureciera y el calvario volviera a empezar.

Aquella noche, volví a pensar en el tour de Francia. Podría hacerlo en una bicicleta especial, con un colchón acoplado. Todo el mundo se reiría al principio, pero aquellas sonrisas se congelarían los rostros escépticos cuando subiera al podio, en pijama, sin resoplar y ni una gota de sudor en la frente.

Ya eran las tres de la madrugada, y nada. Me levanté, me vestí y, cosa que nunca hago, bajé directo al garaje a poner en marcha el coche.
Al principio no tenía nada concreto en mente. Quizás circular sin rumbo fijo por las calles desiertas, pero cuando ya estaba a veinte kilómetros de mi pueblo, por la autopista ... De repente tuve la idea de ir al norte.

Nunca había ido al norte. No sabía ni cómo era. Así que, viendo las ganas de movimiento de mis piernas, no puse trabas a ese impulso.

Alargué el viaje tanto como pude. Dormía en hoteles de carretera y en áreas de servicio. El país es realmente pequeño, como dice la canción. No hay suficiente espacio para hacer un auténtico viaje de introspección en coche.
Ya sabéis de qué hablo, uno de esos trayectos largos y tediosos, de película, dados a hacer cavilaciones. No. En este país tan pequeño, para hacer un buen viaje de película en coche se necesitan dos cosas: dinero (para los perennes peajes) ​​e ir a no más de treinta por hora.

Cuando llegué al norte, era como me había esperado. Un espectáculo para los sentidos. Hacía tanto frío que hubo noches que no distinguía el temblor de las piernas del del resto del cuerpo.
Me lo pasé en grande. Incluso conocí a un grupo de traficantes. Traficaban con nieve fresca. La sustraían de una estación de esquí, al amparo de la noche, y se la vendían a peso a una famosa planta embotelladora de agua mineral. No puedo decir ni de qué estación ni de qué planta embotelladora se trata, los traficantes me lo hicieron prometer. Uno de ellos, el más joven, me deleitó con una sublime interpretación de baladas de amor. Su voz de tenor era fantástica.

Decidí volver a los pocos días, no sin antes echar una paradita para ir a la playa. El rumor del mar me relajó tanto que me quedé dormido en la arena. Mis piernas comenzaron a pedalear de nuevo, y al final la marea subió y ... Parecían talmente como un motor fueraborda. Ni las tintoreras osaron acercárseme.

No sé cuánto tiempo pasé en alta mar. Cuando ya pensaba que estaba todo perdido, y parecía que mi medio de locomoción llegaría a su límite pronto, un barco me pescó.
Dos días más tarde me subastaban en la lonja de Barcelona. Decían que era una especie nueva de sirénido, e incluso el zoo municipal pujó por mí.

Finalmente me adquirió un empresario bastante esnob de Sant Gervasi. Me quería convertir en una nueva pieza de su colección privada de rarezas de la vida animal.
Pasados ​​unos días, comenzó a sopesar la idea de enviarme a un taxidermista, ya que sus esfuerzos para encontrar un ambiente en el que yo pudiera aclimatarme habían sido infructuosos. Por lo visto, yo tenía una malsana tendencia a ponerme enfermo cuando él intentaba sumergirme en un tanque de agua salada que me había construido expresamente.

Mis días como rareza enciclopédica se acabaron cuando un grupo de secuestradores se me llevó, aprovechando un descuido de mi anfitrión.

Sentado en el asiento trasero de su furgoneta, atado de pies y manos, sufriendo los incontrolables espasmos de mis piernas sin ni poder hacerme unas friegas, les relaté mi historia. En la radio sonaba una canción de Rita Coolidge.

El hecho es que se compadecieron de mí, y antes de llegar a su destino me liberaron, en uno de los estanques de la Ciutadella.
Después de pasar la noche del loro entre los patos de ciudad, cuando despuntaba el alba decidí arreglarme e ir a desayunar un café con leche y un croissant.

En el bar estaban dando el tour de Francia. Yo que me quedo mirándolo con los ojos como platos, y me echo a reír de repente.
Me acabé el desayuno, pagué y me volví caminando hasta casa. No podía evitar fijarme en la irredenta determinación de mis piernas, pero esta vez desde la admiración y no desde el enojo. Siempre en movimiento pasara lo que pasara, y ya no sólo de noche o cuando yo quería dormir.

Si fuera por ellas, andaría eternamente. Y por primera vez pensé que aquello no sería tan terrible. Hay gente que no las ha usado nunca, aunque pueden. Yo al menos he visitado el norte.